dijous, 17 de desembre del 2009

Tren de mitjana distància

"Al alcanzar finalmente mi destino, el tren objeto de mis celeridades se estaba formando, término éste muy usual en el habla ferroviaria cuyo significado no acabo de comprender bien. La proverbial impuntualidad de la RENFE me había salvado.
El andén y la estación entera eran un pandemonium. Había empezado el caudaloso y lucrativo flujo de turistas que año tras año persisten en acudir a este país en busca de las caricias de nuestro sol, el hacinamiento de nuestras playas y el devaluado costo de nuestras pitanzas, compuestas de gazpacho aguado, albóndigas sospechosas y una rodajita de melón. Los desconcertados viajeros se esforzaban en balde por traducir a sus respectivas lenguas lo que unos altavoces gangosos difundían. Al socaire de esta confusión, robé a un niño el cartoncito marrón que había de permitirme viajar en la legalidad. Más tarde presencié cómo la madre del niño abofeteaba a éste anta la mirada estricta del revisor. Me dio un poco de pena, pero me consolé pensando que aquello enseñanza tal vez le fuera útil al niño en el futuro.
Había oscurecido cuando el tren traspuso los últimos confines de la ciudad y se adentró en los campos mustios. Aunque el vagón iba lleno y varios pasajeros tenian que ir depie en estrecho pasillo, nadie se sentó a mi lado, a todas luces por causa de la fetidez que mis axilas expandían. Decidía sacar provecho de los remilgos humanos y, tendiendome cuan largo era, y aún soy, en eñl asiento, no tardé en quedar dormido, vencido como estaba por el cansancio. Mis sueños, a los que no era ajena Ilsa, la socióloga licenciosa, fueran tomando un cariz marcadamente erótico y culminaron en una incontrolable emisión seminal, para instrucción de los niños que en el vagón había y que habían seguido con curiosidad científica las alteraciomes y visicitudes de mi organismo.
Dos horas mas tarde, el tren se detuvo en un apeadero de adobe oscurecido por un siglo de hollín y desidia. En el anden se alineaban cacharros metalicos como un metro de altura, en cuyos costados se leía: Producteos Lácteos Mamasa, la Pobla de l'Escorpí. Me apeé, pues allí iba."
El misterio de la cripta embrujada, de Eduardo Mendoza