"Había llegado por la mañana de Nápoles havía pocas horas, y fue allí para consultar al profesor Sèmmola. Acompañado de su cuarentona hija Concetta, y de su nieto Fabrizietto, había llevado a cabo un viaje lúgubre, lento como una ceremonia fúnebre. El alboroto del p
uerto a la partida y el de la llegada a Nápoles, el olor a acre del camarote, el vocerío incesante de esta ciudad paranoica, lo habían exasperado con esa desesperación quejumbrosa de los débiles que los cansa y postra, que suscita la desesperación opuesta de los buenos cristianos que tienen muchos años de vida en las alforjas. Había pretendido regresar por tierra; decisión repentina que el médico trató de combatir, pero él había insistido, y tan imponente era la sombra de su prestigio que le había hecho apear de su opinión, con el resultado de tener luego que permanecer trenta y seis horas agazapado en un cajón ardiente, sofocado por el humo en los túneles que se repetían como sueños febriles, cegado por el sol en los espacios descubiertos, explícitos como tristes realidades, humillado por cien bajos servicios que había tenido que solicitar a su nieto despavorido. Atravesaron paisajes maléficos, sierras malditas, llanuras perezosas donde reinaba la malaria. Los panoramas calabreses y de Basilicata a él le parecían bárbaros, mientras que de hecho eran como los sicilianos. La línea del ferrocarril no estava todavía terminada: en su último tramo cerca de Reggio daba un largo rodeo por Metaponto a través de regiones lunares que, como burla, llevaban los nombres atléticos de Crotona y Sibaris. Luego en Mesina, después de la mendaz sonrisa del estrecho, desmentida por las requemadas colinas peloritanas, otro rodeo, largo como una demora judicial. Habíanse apeado en Catania y treparon hastaCastrogiovanni: la locomotora jadeante por las fabulosas cuestas parecía a punto de reventar como un caballo al que se le ha exigido un gran esfuerzo, luego de un ruidoso descenso, llegaron a Palermo. A la llegada las acostumbradas máscaras de familiares con la sonrisa de complacencia por el buen éxito del viaje. Fue tal vez la sonrisa consol
adora de las personas que lo esperaban en la estación, de su fingido, y mal fingido, aspecto jubiloso, lo que le reveló el verdadero sentido del diagnóstico de Sèmmola, que a él sólo le había dicho frases tranquilizadoras. Y fue entonces, después de haber descendido del tren, mientras abrazaba a su nuera sepultada entre sus velos de viuda, a sus hijos que mostraban los dientes en una sonrisa, a Tancredi con sus hojos temerosos, a Angélica con la seda de su blusa bien ceñida sobre sus senos maduros; fue entonces cuando se dejó oir el rumor de la cascada."

El Gatopardo, de Giuseppe Tomasi de Lampedusa
Traduida al castellà per Ricardo Giralt Miracle
Traduida al castellà per Ricardo Giralt Miracle
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada