diumenge, 21 de febrer del 2010

"Ya llega!!!"



No words, sin palabras, sense paraules...

Bloom's day

Yendo ahora por Cumberland Street, Bloom lee la carta de Martha. Su sentimentalismo vulgar le conmueve los sentidos, y su pensamiento corre en pos de suaves satisfacciones. Pasa por debajo del puente del ferrocarril. El estrépito del tren que pasa por arriba le sugiere la imagen de los barriles de cerveza, la principal mercancía que exporta Dublín, del mismo modo que la mar le sugiere a Stephen la cerveza negra encubada cuando camina por la playa. "en las copas de las rocas cloquea: flop, slop, slap: encubada en barriles. Y, agotado, cesa su discurso. Fluye susurrante, manando ampliamente. flotante rodal de espuma, flor desplegada." Esta visión está muy próxima a la que tiene Bloom de la cerveza derramándose : "Un tren que llegaba traqueteó sonoramente por encima de su cabeza, vagón tras vagón. En su cabeza entrechocaron barriles: opaca cerveza chascaba y se agitaba dentro. Las bocas de los barriles se abrieron de golpe derramando una inmensa riada oscura que fluía y serpenteaba formando marismas en el terreno llano, un perezoso laberinto enlagunado de licor que arrastraba las flores de grandes pétalos de su espuma." Ésta es otra sincronización. Hay que advertir que este capitulo termina con la palabra flor, en un párrafo acerca de Bloom en el baño, que tiene cierta relación con el ahogado que imagina Stephen. Bloom prevé "su tronco y sus miembros ondulantes y sostenidos, emergiendo ligeramente, amarillolimón: el ombligo, capullo de carne: y vio los negros enmarañados rizos de su mata, pelo flotando en torno al padre flácido de millares, lánguida, flotante flor." Y el capítulo termina con la palabra flor.
[...]
"Al pasar bajo el arco del ferrocarril sacó el sobre, lo hizo trocitos rápidamente, y los esparció por la carretera. Los fragmentos se alejaron revoloteando, se hundieron en el aire húmedo: un blanco revoloteo, y todos fueron descendiendo."

divendres, 19 de febrer del 2010

"Durante mucho tiempo solía acostarme temprano." Esta frase inicial de la obra es clave para el tema, con su centro en el dormitorio de niño sensible. El niño, trata de dormir. "Oía el silbido de los trenes que, más o menos lejano, subrayando la distancia como el canto de un pájaro en un bosque, me revelaba la extensión de los campos desiertos por los que el viajero apretaría el paso hacia la estación más cercana; y el sendero recorrido se le quedaría grabado en la memoria para siempre a causa de la excitación general provocada por el paraje extraño, los actos desacostumbrados, la conversación reciente, los adioses intercambiados bajo una farola desconocida, que aún resonarían en sus oídos en medio del silencio de la noche y la próxima dulzura del retorno." El silbido del tren subrayando en la distancia como el canto de un pájaro en el viento, símil adicional, comparación interior, es un recurso típicamente proustiano destinado a añadir todo el color y la fuerza posibles a un cuadro. Luego viene el desarrollo lógico de la idea del tren, la descripción de un viajero y de sus sensaciones. Este despliegue de una imagen es característico. Se diferencia de las comparaciones laberínticas de Gógol por su lógica y su poesía. La comparación en Gógol es siempre grotesca, una parodia de Homero; y sus metáforas son pesadillas, mientras que las de Proust son sueños.

Estudio sobre Por el camino de Swann, Marcel Proust.
Curso de Literatura Europea
Vladimir Nabokov

dijous, 18 de febrer del 2010

La Panderola

"Dentro de la ciudad el taxi se detuvo ante un paso a nivel. El tren de vía estrecha, la Panderola, cruzó cargado de muchachos del Frente de Juventudes con camisas azules y correajes que regresaban de una excursión a Onda. Agitaban con la mano boinas rojas por las ventanillas y venían cantando a grito pelado una canción de moda que decía: todos queremos más, todos queremos más, todos queremos más y más y más y mucho más... el pobre quiere más... y el rico mucho más... Esa canción la llevaba yo todavía en el oído cuando el taxi llegó a la puerta del cabaret Rosales. El padrino gimiendo echó fuera del coche su corpachón detrás del habano y allí mismo en la acera nos agrupó a todos los neófitos para darnos las últimas instrucciones."

"Tranvía a la Malvarrosa"
Manuel Vicent.

diumenge, 14 de febrer del 2010

Trenes & libros

He abierto el libro y el tren se ha puesto en marcha. He subido con tranquilidad al tren y he buscado mi asiento llevando el liviano equipaje que me hace falta para dos o tres días, en el cual hay unos cuantos libros y un Kindle, ese aparato de pantalla lisa tan parecido a una tablilla romana de cera en el que llevo guardados no sé cuántos libros más. He llegado a la estación sin ningún agobio, con tiempo por delante, sin necesidad de recorrer en taxi las largas distancias por extrarradios desolados hacia un aeropuerto. Como cada vez que voy a la estación con tiempo de sobra me he acordado de mi padre, que tenía un miedo extraordinario a llegar tarde a los trenes y a los sobresaltos de última hora, y que por lo tanto salía con una anticipación que a todos nos parecía ridícula, pero que a él le garantizaba una paz perfecta, dejándole en la cara una expresión descansada y risueña de viajero sin apuro. He abierto el libro cuando el tren se ha puesto en marcha pero al principio, durante un largo rato, no he leído nada, dejándome solamente llevar, la cabeza apoyada en el respaldo, la cara vuelta hacia la ventanilla, disfrutando del alivio que siempre hay en una partida, cediendo a una grata somnolencia que es reparadora pero no tan profunda como para que las manos suelten el libro o dejen que se cierre.

En algo se parecen el disfrute de los libros y el de los trenes: en primer lugar, se combinan muy bien entre sí y se refuerzan mutuamente; y hasta no hace mucho los dos parecían condenados al anacronismo por la irrupción de tecnologías mucho más innovadoras. Quién iba a continuar leyendo libros encuadernados e impresos en papel en la era del CD-ROM, nos decían joviales profetas tecnológicos hace quince o veinte años; qué porvenir tenían los trenes, tan obsoletos, tan decimonónicos, ante la multiplicación de las autopistas y de los coches cada vez más veloces, de los aviones que cubrían en un vuelo de cuarenta minutos distancias en las que un tren podía tardar una noche entera. En los vaticinios impacientes de modernidad uno intuye casi siempre una apetencia de barbarie: que se extinga cuanto antes la molestia decadente del libro y de la lectura, que quede abolido el transporte público, el espacio público, el territorio de lo compartido. Yo recuerdo una conferencia en la que el añorado arquitecto Saénz de Oiza celebraba la inminente desaparición de ventanas y balcones porque ya no habría más ventana hacia el mundo que la pantalla del televisor; en la que denostaba la calle y el hábito de caminar por ella porque lo propio de los nuevos tiempos era la carretera y el coche.

Quién habría dicho hace veinte años que al cabo de no mucho tiempo el CD-ROM iba a ser una antigualla olvidada, y que los relucientes cedés, que a todos nos deslumbraron cuando aparecieron, con su liviandad futurista de plástico metalizado, iban a tener un porvenir mucho más corto que los libros, con su tecnología del siglo XV. Por no hablar de los discos de vinilo, que tantos de nosotros nos apresuramos absurdamente a malvender o a dejar olvidados en desvanes, y que ahora recobramos porque nuestros hijos resulta que se han aficionado a ellos, y volvemos a escuchar asombrándonos de la calidad un poco áspera y filosa de su sonido, mucho más fiel a la verdad de la música que la asepsia de la reproducción digital. Nada es más moderno que algunos inventos del pasado; había más porvenires posibles, aparte de los que la modernidad autoritaria dictaminaba como únicos. En lugar de rendirse incondicionalmente al tráfico privado, de acuerdo con las profecías de los arquitectos y los intereses de las compañías petrolíferas y de los fabricantes de coches, las ciudades recobran el transporte público, y se descubre que ir en tranvía o en bicicleta o simplemente caminar son formas de movilidad mucho más efectivas, y también más austeras y más saludables.

Algunas veces lo que parecía destinado a extinguirse según los vaticinios del papanatismo de lo último perdura sin aspavientos o resurge con más fuerza que nunca después de una fase de declive; y lo más agresivamente celebrado como nuevo se vuelve de la noche a la mañana obsoleto. Cuando escucho ahora las renovadas profecías sobre el fin del libro me acuerdo de la manera entre condescendiente y cruel con que hasta hace no mucho estaba de moda burlarse del anacronismo del teatro. Me acuerdo porque yo mismo he participado de la broma (nadie está a salvo de la tontería de su tiempo): por comparación con la sofisticación tecnológica del cine, el teatro era un espectáculo deplorable, con sus cortinas viejas, sus declamaciones, sus tablones polvorientos que resonaban al pisarlos, etcétera. Y ahora las salas de cine cierran una tras otra y los teatros están cada vez más llenos, quizás porque el teatro, en su primitivismo que nos parecía tan irrisorio, ofrece algo con lo que ninguna tecnología de lo virtual puede competir: el estremecimiento de la presencia humana. En su limitación está su fuerza inmensa. Basta un tablado y unos cuantos actores sin más herramientas que sus cuerpos y sus voces para que delante de nosotros suceda íntegra la tragedia del príncipe Hamlet, la claustrofobia enlutada de la casa de Bernarda Alba.

Algo así de único hay en el tren, en el libro. La innovación refuerza los principios sólidos de su funcionamiento. La tecnología es un aliado y no un enemigo. Quién necesita tomar un avión en las distancias habituales dentro de España, en muchos trayectos europeos, habiendo trenes tan veloces y tan cómodos. Aficionado a los inventos, llevo conmigo mi Kindle, mi lector electrónico, que no pesa nada y en el que caben tantos libros, con su pantalla ligeramente gris en la que se forman en un instante las palabras. Yendo en el tren puedo darme el capricho de comprar un libro y de empezar a leerlo en apenas un minuto. También podría haber llegado a Bilbao o a Barcelona o a Sevilla en menos de una hora. Pero he elegido viajar en tren no por razones sentimentales, sino estrictamente prácticas, porque una gran parte del tiempo que perdería en autopistas, en controles de seguridad, en horas muertas de atraso y espera, en la vejación de ir apretado en un espacio cada vez más mezquino, lo voy a emplear en leer tranquilamente o en mirar por la ventanilla o en quedarme plácidamente adormecido. Y cuando apago el Kindle me pongo a leer, por ejemplo, un libro de poemas de José Emilio Pacheco que descubrí por azar durante un paseo en una de tantas librerías espléndidas de Barcelona, Como la lluvia, en una edición de Visor hecha con los cinco sentidos: el papel, los espacios en blanco, la tipografía, la encuadernación, forman parte de la experiencia de la poesía. Las estaciones de ferrocarril, por desgracia, parecen cada vez más aeropuertos, pero las buenas librerías siguen siendo algunos de los espacios más estimulantes que un lector puede imaginar, y los buenos trenes poseen el mismo resplandor de modernidad que los libros muy bien editados.

Antonio Muñoz Molina, article a Babelia del 26/12/2009.

Fotografia: "Mujer en la estación", Antonio Martínez Xoubanova.
Foto guanyadora de la 18ª edició del concurs "Caminos de hierro"
FUNDACIÓN FERROCARRILES ESPAÑOLES

dimarts, 9 de febrer del 2010

"The northernmost train" o el camí al gulag

"Al moll una petita flota de furgonetes esperen els passatgers, que estan impacients per arribar a Predposilov. No som un gaires, som un grup patèticament exigu. El sobrecàrrec em va dir arronsant les espatlles que amb el viatge al gulag sempre perdien diners; [...] Ens acomiadem i em quedo sol al moll. Vull arribar a la ciutat àrtica com ho vaig fer la primera vegada, de manera que agafaré el tren. Al cap de deu minuts o un quart d'hora, i després de maleir una mica (però sense regatejos), un estibador prou sobri accedeixi a portar-me a l'estació amb el seu camió. [...]
Amb el seu llistat blau cel i les motllures de color crema, l'estació de ferrocarrils té l'aspecte d'un pavelló d'estiu, tot i que el bar, on jo espero el tren, està molt atapeït (de gent d'aquí, no de viatgers), i això em reconforta. [...]
El tren es gronxa i travessa les formes simplificades de la tundra: la gran pàgina en blanc de Rússia, esperant els caràcters i les frases de la història. Ni muntanyes ni valls, només bonys i clots. Aquí la variació topogràfica és obra de l'home: esvorancs i erosions gegants, i piràmides d'escòria. Si ara veiés una muntanya, un altiplà, un penya-segat, s'alçaria com un planeta. A Preposilov hi ha un turó buit que té nom de muntanya, Mount Schweinsteiger, i que es diu com el geòleg (un russoalemany, crec, de la conca del Volga) que hi va descobrir niquel cap al final del segle XIX. A les planes d'arbres mutilats s'alcen unes torres d'alta tensió sense cap cable.
El nostre petit tren para a totes les estacions, un servicial transbordadors d'ànimes, que les treu de les ciutats dormitori i les porta al Kombinat. Entre els passatgers hi ha alguns rostres molt desgastats, i d'altres molt nous també (caps de suro fixats damunt de xandalls robustos), però tots porten màscares de calma de dormitori, sense noticia de res insòlit, sense notícia de cap malson inoblidable.
Així doncs, ¿què és el que estic fent en aquest viatge? ¿Tornant sobre els meus passos a mesura que se succeeixen les frases, en un intent de recordar-ho tot? Per fer això m'hauria calgut baixar per dota la línia de flotació del Georgi Zhukov, i exhortar els passatgers i la tripulació a empastifar-se de merda i vòmits i en acabat a estirar-se damunt meu durant un mes i mig. Així mateix, aquest tren, amb barrots a la finestres, vagons subdividits en gàbies de filferro i els vius i els morts cargolats en posició vertical, hauria de ser desviat cap a una via morta i abandonat fins a mitjan novembre. Però ni hi ha prou gent, no hi ha prou gent.
Quan falta una hora per arribar, el tren fa una parada en un poble que es diu Coercion. A l'andana hi ha un cartell que diu: Coercion. ¿Com s'explica aquesta manifestació de franquesa? ¿On són les viles agermanades de Fabulació i Amnèsia? Mentre deixem enrere Coercion, de sobte el vagó rep la visita d'un xàfec de mosquits, i unànimement i en silenci -sense paraules ni somriures ni mirades, sense cap mostra de propòsit comú-, els passatgers es posen a matar-los tots fins a l'últim.
Quan ja són tots morts (esclafats a les mans, refregats pels vidres de les finestres), es pot veure en l'horitzó pla: la boira espessa, com un velló que s'esgrogueeix per les vores, amb la funció d'escalfar la ciutat impossible."

"Casa de Trobades" de Martin Amis
Traducció de Jordi Martín Lloret

dilluns, 1 de febrer del 2010

86

"Al final de sus días, Tolstói vio en la literatura una maldición y la convirtió en el más obsesivo objeto de su odio. Y entonces renunció a escribir, porque dijo que la escritura era la máxima responsable de su derrota moral.

Y una noche escribió en su diario la última frase de su vida, una frase que no logró terminar: "Fais ce que dois, advienne que pourra" (Haz lo que debes, pase lo que pase). Se trata de un proverbio francés que a Tolstói le gustaba mucho. La frase quedó así:

Fais ce que dois, adv...

En la fría oscuridad que precedió al amanecer del 28 de octubre de 1910, Tolstói, que contaba con ochenta y dos años de edad y era en aquel momento el escritor más famoso del mundo, salió sigilosamente de su ancestral hogar en Yásnaia Poliana y emprendió su último viaje. Había renunciado para siempre a la escritura y, con el extraño gesto de su huida, anunciaba la conciencia moderna de que toda literatura es la negación de si misma.

Diez dias después de su desaparición murió en la vivienda de madera del jefe de la estación ferroviaria de Astápovo, aldea de la que pocos rusos habían oído hablar. Su huida había tenido un final abrupto en aquel remoto y triste lugar, donde le habían obligado a apearse de un tren que se dirigía al sur. La exposición al frío en los vagones de tercera clase del tren, sin calefacción, cargados de humo y corrientes de aire, le habían provocado una neumonía.

Atrás quedaba ya su hogar abandonado, y atrás quedaba ya en su diario -también abandonado después de sesenta y tres años de fidelida- la última frase abrupta, malograda en su desfallecimiento Bartleby:

Fais ce que dois, adv...

Muchos años después diría Beckett que hasta las palabras nos abandonan y que con eso queda dicho todo."

"Bartleby y Compañia" de Enrique Vila-Matas.