dimecres, 1 de setembre del 2010

Patras, Hotel Cecil

El barco estaba lleno hasta la borda de almas muertas que se aferraban a sus escasos bienes terrenales. Mujeres en harapos, con los senos desnudos, intentaban vanamente amamantar a sus rapazuelos que gritaban; sentadas en el suelo de cubierta, en un lodazal de sangre y vómitos, atravesaban este sueno sin que él les rozara siquiera los parpados. Si en ese momento nos hubiera alcanzado un torpedo, hubiéramos entrado llenos de sangre, de vómitos y de confusión en las tinieblas subterráneas. En ese momento sentí alegría de estar libre de bienes, libre de todo ligamen, libre de temor, de envidia y de malicia. Hubiera podido pasar de un sueño a otro, sin poseer nada, sin lamentar nada, sin desear nada. Nunca he estado más seguro de que la vida y la muer¬te son una misma cosa, y que no se puede disfrutar o abrazar una de ellas si la otra está ausente.
En Patras decidimos bajar a tierra y coger el tren para Atenas.
El hotel Cecil, donde nos detuvimos, es el mejor hotel que conozco, y he estado en muchos. Pagábamos unos 23 centavos diarios por una habitación que en América costaría por lo menos cinco dólares. Espero que todos los que pasen por Grecia se detendrán en el hotel Cecil y juzgarán por si mismos.


"El coloso de Marusi"
Henry Miller, 1941. En traducció de Ramón Gil Novalis.